Tropiezos de una Idea Genial
Feb 28, 2024
Foto: Imagen de Freepik
Estamos acostumbrados a que una innovación y aún mejor, una invención, sea adoptada velozmente. Se afirma que la adopción de la Inteligencia Artificial (IA) es la que más rápidamente se ha adoptado, apenas un par de semanas y ya tenía más de mil millones de suscriptores en su canal de Chat GPT. Aunque tal vez una canción de Taylor Swift supere esa velocidad de adopción.
Con que felicidad celebramos el surgimiento de la nube, el Open Source, el internet de las cosas y tantas cosas nuevas que surgen. La vorágine tecnológica nos abruma. Es en nuestro beneficio, sin duda, pero resulta pesado seguirle el ritmo. Algo que, sin duda, tendremos que hacerlo porque el precio de ignorarlo puede ser grave para nosotros o nuestra empresa.
Con menos velocidad, pero no menos complejidad, es la innovación en los procesos que combinan habilidades, cambios en las instalaciones y la incorporación de tecnologías. La OECD (2005) lo definió así “Una innovación de proceso es la implementación de un método de producción o entrega nuevo o significativamente mejorado. Esto incluye cambios significativos en técnicas, equipos y/o software”.
Un cambio verdaderamente impactante fue el que produjo en la economía mundial la irrupción de productos japoneses en todas partes del mundo.
Veamos el contexto. En 1980 sufríamos de autos que nos dejaban tirados a medio camino, llantas que se ponchaban con frecuencia inoportuna, motores que se calentaban y reventaban, televisores plagados de molestas figuras que impedían disfrutar de las transmisiones, radios con escasa nitidez, muchas, muchas fallas en todo lo que usábamos.
Eso no solo pasaba en México con los productos que usábamos, era un mal mundial. Estaba perfectamente normalizado. Así era y así lo aceptábamos. Pero…algo cambió.
En Estados Unidos comenzaron a comprar productos que funcionaban bien y eso agradaba al público consumidor. La consecuencia, el consumidor dejó de comprar productos nacionales y la economía se estaba dañando. Los productos que desbancaban a los del país provenían de Japón, eran mucho mejores y más baratos. Los industriales acusaron a los japoneses de estar haciendo trampa, el gobierno los subsidiaba, eso decían. Año con año la situación empeoraba para los empresarios estadounidenses.
El célebre CEO de Chrysler, Lee Iaccocca, tomó la bandera de defender los productos nacionales. Salió en noticieros y en donde pudo para explicarle a los consumidores lo que sucedía, pidiéndoles que fueran patriotas, que no compraran productos importados.
En contraste, la economía japonesa se encontraba boyante, sus reservas monetarias en constante aumento, el producto de las exportaciones los enriquecía.
La televisora NBC produjo un documental, envió reporteros a Japón, donde entrevistó a muchos trabajadores en plantas de producción japonesas donde se notaba la velocidad y exactitud del trabajo realizado, no había desperdicios ni tiempos perdidos. Ese documental lo tuvimos y exhibimos en México, gracias a la labor de Películas Mel.
Además de filmar y registrar las actividades y productos terminados, preguntaban ¿cómo logran todos ustedes trabajar así? La respuesta era uniforme: “así nos capacitan”. Entrevistaron a los directivos y explicaban que fueron formados por el doctor Deming. Creyeron que era japonés. Lo buscaron y resultó que era un profesor de una universidad en Nueva York. El documental tuvo alcance mundial. Detonó una revolución.
Toda esa algarabía nos invadió en México. El presidente López Portillo encargó a su Secretario del Trabajo que hiciera algo. El licenciado Pedro Ojeda Paullada se apoyó en la empresa Consultores Internacionales de Julio Millán para integrar un grupo de trabajo que se coordinó con un despacho de consultoría de Estados Unidos, A.T. Kearney. Afortunadamente fui parte de ese grupo.
En abril de 1981 fuimos a Chicago a tomar un curso con Deming y unas sesiones de trabajo con A.T. Kearney. Regresamos cargados de material informativo, teoría y práctica de los métodos de Deming. Casos prácticos. Uno en particular me impresionó: implantación de la calidad total en Egipto.
¿Y qué pasó en México? ¿Cuáles fueron los tropiezos de esa idea en nuestro territorio?
Comenzamos a darle forma a un Programa Integral de Calidad y Productividad con alcance nacional. Trabajamos duro. En la televisión se lanzaron spots motivacionales acerca de porqué debíamos desarrollarnos con productividad. Se invirtió mucho. Se diseñaron programas de capacitación para obreros y oficinistas. Estábamos listos, cuando…
En septiembre surgió el destapado y no era nuestro tapado, resultó otro. Al día siguiente en que se destapó al candidato Miguel de la Madrid Hurtado el licenciado Millán llegó y le dijo al director del programa, el brillante consultor de negocios Arturo de la Torre Díaz, “aplíqueles la carta de renuncia a todos, de inmediato”. Me quedé sin trabajo sorpresivamente, justo cuando estaba mejor preparado para servir al país. Apliqué en CENCADE los programas de calidad total, desarrollé uno muy exitoso que intitulé Qualitech.
Dos sexenios pasaron en que el gobierno proscribió los esfuerzos de calidad y productividad. Eran veneno. Recordaban a López Portillo y Ojeda Paullada.
El mundo entero vibraba con las enseñanzas de Deming. Surgieron grandes especialistas como Joseph Juran, Philip Crosby, Feigenbaum y muchísimos otros que también lanzaron sus propuestas para impartir conferencias y cursos sobre los métodos de calidad y productividad. La economía mundial despertó a un nuevo auge brindando a la sociedad una mejor calidad de vida.
A México nos llegó por la vía de las empresas de Estados Unidos, particularmente las armadoras: General Motors, Ford y Chrysler. Ellas traían sus propios programas, el Q1, el Full Aproval, el Pentastar y otros. Capacitaron intensivamente, no sólo a sus trabajadores sino también a sus proveedores y luego a los proveedores de los proveedores. Todo eso arrancó en 1982. Cuarenta años después, en 2023, México es el proveedor más importante de Estados Unidos, superando a China.
El sector público se animó a entrarle a la calidad-productividad hasta que llegó Vicente Fox. Pero en el sexenio siguiente, al presidente Calderón le pareció que eso era muy Foxiano y lo suspendió, y en esas estamos. La productividad exitosa del sector exportador no es suficiente evidencia de por dónde hay que buscarle para, de plano, convertirnos en un país donde reine la eficiencia, la calidad y la productividad. Algún día lo seremos, sin duda. La esperanza es como en la canción “Dios nunca muere”.
¡HASTA EL PRÓXIMO MIÉRCOLES!
WILLIAMS EDWARDS DEMING: El que compra por precio merece ser estafado. Lo primero es la calidad.
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